MEMORIAS


MEMORIAS

 

Indochina

En el apartado mundo que hoy vivo, unas cuatro paredes son mi única compañía,  en un lugar extraño y rodeado con aquellas cosas temporales que parecen que no tuvieran valor alguno,  inicio el relato de las cosas que son importantes para mí, con aquel tiempo, el pasado, que jamás se ira de mi mente y que con frecuencia suelo conversarlo con las personas que estuvieron allí.

Sobre el ambiente resuena aquella música que sin proponerlo ahuyenta aquellos lugares presentes cómo una realidad del cual no estoy contento, queriendo escapar. Como deseando ir al otro lado del mundo ideal donde las cosas están como siempre y al parecer nada ha cambiado.

La música de los años 80  impulsa sentimientos guardados, como un cofre de tesoros que al abrirlos regresan  sobre aquellos momentos con la intensidad de una vida que recién se inicia y viene a mí con cada detalle, cada sensación  que hasta el mismo aire parece contagiarse y siento vibrar en mi corazón como algo maravilloso que  le sucedió a mi adolescencia.

La música guardada en un L.P se suelta en el ambiente observando  aquel fondo negro, aquellas estrellas azules, la luna amarilla y el prominente sol rojo creando, en el lugar donde me encuentro, el instante preciso, como una puerta a otro mundo, cuando la calle Chanchamayo se abre y reluce la fachada del colegio Ángela Moreno donde cientos de alumnas se hallan en plena clases. Aquellos rostros que sin siquiera saberlo están presentes.

Los pasos apurados de los que están a mi lado son de aquellos compañeros que jamás se han ido de las calles, rincones y lugares de Tarma, los de siempre, con el cabello algo crecidos y aquella risotada de felicidad donde nada parecía cambiarnos o importar. Nuestra amistad  era lo más valioso que poseíamos.

Éramos un pequeño grupo de adolescentes que frecuentábamos la salida de las alumnas de este colegio como también de la Sagrada Familia y en aquel tiempo en la mayoría de colegios se impuso una especie de actividad física que le llamaban drill gimnástico (hasta donde me acuerdo).  Donde se buscaba la sincronización y armonía en los movimientos con el compás de la música adecuada. Recuerdo haber visto algunas presentaciones en el coliseo cerrado que seguramente me agradaron que sin embargo la más importante ocurrió en un colegio.

La verdad que no se si alguna vez se logró alcanzar la armonía y sincronización requerida, pero lo más importante fue ver a las chicas  de cuarto de media o las de quinto realizar aquella actividad pues la mayoría de ellas eran de las que nosotros nos interesaba conocer.

Por ello, el día señalado emprendimos la marcha hacia aquel colegio (habíamos escapado del nuestro pues esa actividad importante coincidía con nuestras clases  y tuvimos que escoger entre ambas) observando sigilosamente cada esquina, cada calle intentando pasar como seres invisibles  para no toparnos con un Volkswagen celeste que recorría las calles de Tarma en los momentos más inoportunos, aquel miedo que solo siendo estudiantes rompiendo las reglas se podía  sentir.

El celeste cielo  brillaba  con aquel resplandor que se confundía con la adrenalina que corría por nuestros sentidos, la  emoción de ese momento nos infundió mucho valor y así sin saber cómo, nos colamos en aquel espacio casi impenetrable e inaccesible que era para nosotros el colegio Ángela Moreno de Gálvez.  

El bullicio que retumbaba en todo el ambiente, de alguna manera, nos hacía sentir como parte de aquel lugar, un sentido de pertenencia para que así con más confianza buscar algún espacio vacío donde poder observar.

Recuerdo la sorpresa de algunas de ellas al notar que cuatro caras quizás  conocidas e inesperadas estaban observando entre la multitud de alumnas. Las chicas pretendidas por nuestros alocados desenfrenos estaban formadas, una detrás de otra con shorts celestes y polos blancos justo para empezar la danza.

Los golpes de los primeros acordes de CANARY BAY de Indochina retumbó con  cada fibra de mi alma cuando cada movimiento en aquellos Ángeles en forma de niñas empezaron a danzar siguiendo el sonido y ritmo de la batería, aquella  magia de poder moverse, delatándose  al momento sublime de pertenecer a este pedazo de la historia, el de los años ochenta. Cada impulso, gesto, actitud y belleza recorren mi entendimiento con aquellas personas que eran la ilusión de cuatro adolescentes queriendo conquistar el mundo y a ellas también

Parece que es hoy ese momento pues la ficción me atrapa y puedo verme en aquel maravilloso lugar y momento, sintiendo en cada fibra de mi corazón que todo valió la pena y que nada de lo que fue, se ha perdido.

No me arrepiento de nada y de aquel tiempo, hoy entre los que estuvimos allí aun surge mil conversaciones, detalles e  insinuaciones, mientras que todavía se reflejan en nuestros ojos el brillo de los niños que una vez fuimos y que esa chispa jamás dejara de brillar muy dentro de nosotros.

Queríamos y logramos, acumulados, encontrar el sentimiento de vivir cada segundo con absoluta intensidad y hoy es como una forma de darnos ánimos en los problemas de la vida adulta.

Aun puedo escuchar aquellas risas y dibujar en palabras aquellas sonrisas de las adolescentes que fueron aquellos amores  que parecían inalcanzables y que desprendían de nuestros pechos suspiros de enamorados perpetuos.

Así es como recuerdo a recuerdo, las imágenes se desvanecen y se disuelven para volver a esta realidad que no perece bondadosa. Observo nuevamente la ventana donde el mundo sigue corriendo y la música de Indochina me quiere decir algo más.

 

FranciscoPorrasTacuri

 

 

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares